jueves, 17 de mayo de 2018

Ray Bradbury II

Yo no sabía entonces que era ilustrado; sólo vi que era alto, que alguna vez había sido esbelto, y que ahora, por alguna razón, comenzaba a engordar. Recuerdo que tenía los brazos largos y las manos anchas, y un rostro infantil en lo alto de un cuerpo macizo. Me hablo antes de verme, como si hubiese adivinado mi presencia. 
-Señor, ¿sabe usted dónde podría encontrar trabajo? 
-Temo que no -le respondí. 
-Cuarenta años y nunca he tenido un trabajo duradero -me dijo. 
Aunque hacía mucho calor, el hombre ilustrado llevaba una camisa de lana, cerrada hasta el cuello. Los puños de las mangas le ocultaban las anchas muñecas. La transpiración le corría por la cara. Y sin embargo no se abría la camisa.
 -Bien -me dijo al fin-, este lugar es tan bueno como cualquiera para pasar la noche. ¿No lo molesto?
 -Si usted quiere, me sobra un poco de comida -le invité. 
Se sentó pesadamente y lanzó un gruñido. 
-Se arrepentir de haberme invitado -me dijo-. Todos se arrepienten.

No hay comentarios:

Publicar un comentario